miércoles, 5 de mayo de 2010

Charlas con la poesía: MARÍA CRUZ

Charlas con la poesía: MARÍA CRUZ

MARÍA CRUZ


María Cruz nació el 15 de octubre de 1974, estudió en la Escuela de Escritores de la SOGEM. En 1997 ganó el primer lugar en el Segundo Concurso de Poesía Urbana Carlos Pellicer con el libro Colmena de Oro y Ceniza, publicado en la editorial Praxis. Entre sus obras se encuentran Suma de Patios ( 2001) y El libro de las Grietas ( 2004). Ha coordinado talleres de creación literaria y participado en recitales poéticos, así como publicado en revistas y diarios de circulación nacional.


A más de diez años de la publicación del primer poemario Colmena de Oro y Ceniza de la poeta María Cruz, nos encontramos sin duda alguna, frente a una de las voces más consolidadas e interesantes de su generación. Libro que golpea al ojo lector y lo lleva a la ensoñación pura que sólo la urbe y la poesía pueden causar. Poemas donde la poeta es partícipe y espectadora de esa gran bestia moderna llamada ciudad; donde el amor es sufrido y gozado en las habitaciones de la gran urbe, donde el paseante, al puro estilo de Baudelaire, sabe que la enfermedad tiene nombre y ese nombre es el hombre mismo, el hombre moderno.

A lo largo del libro uno va descubriendo que la belleza es ese instante que se rompe con la aparición de aquellos espacios de las grandes urbes y que sin embrago, no podría existir sin la urbe misma; cada calle, cada patio o habitación donde reposa o viaja la poeta, es violentado por la belleza misma o el instante cotidiano, creando así una dialéctica cuyo resultado es la poesía en sus más claros momentos:


“Las mujeres cultivan rosas en azoteas negras
Donde la humedad orilla a niños con alas invisibles
A despeñarse de altos edificios.

Por las calles los perros efímeros comen restos
De mariposas y restos de bicicletas roídas.

Y al terminar la lluvia
Queda una sopa musical
Que a cuentagotas
Alimenta vagabundos.

Suena el clamor de esta cisterna
Donde navegan nuestras voces
Y compartimos el hollín
Como sal negra.”


Es la ebriedad entonces una manera más clara de descubrir las cosas, de darse cuenta que la soledad es una lápida y que el mensaje más claro o más sutil- el mensaje poético- no encuentra eco en esta urbe ensordecida por naturaleza:

“He bebido bastante
Y en las botellas vacías escribí mensajes
Y los mensajes rodaron por olas
Que petrificó el asfalto.

Nadie responde.
A esta hora no veo más que muros
Con la inscripción de mis epitafios.
Me resbalo por el charol de las avenidas
Que dejó la lluvia
Y el eco de mi voz se pierde
Bajo las ruedas de los autos.
Voy por calles donde los edificios son de chatarra.
Voy por calles donde los jardines huelen a loción importada.
Bajo este pasto no está mi espejo,
No me espera esta flor,
No se abren unos ojos para verme.

La nada de mis deseos me deslumbra con su fulgor vacío.

Por las mañanas busco la resaca del mar que soñé,
Los zapatos que anoche se quitó mi amado,
El pasto que se me pegó a mi espalda
Cuando nos echamos a mirar el cielo,
Y solo encuentro mi mismo nombre
en mi boca repetida.”


Es aquí donde la memoria cobra su papel fundamental, casi tan poderoso como la imaginación misma; es acaso el recuerdo la mejor forma de detenerlo todo, es, quizá, la poesía el mejor recurso nemotécnico para situarlo todo, para abrazar lo que las grandes ciudades van devorando como una boca hambrienta del hombre mismo:

“Pasas por mi memoria en las horas más baldías
Y me cuelgo a tu imagen
Como una luna al cuello.
Hubo una noche aérea en el valle de México
En que tus ojos de luciérnaga
Doraron la cerveza.


¡Huyeron los techos!
Y me dijiste los nombres
De las estrellas solteras.

Un día la lluvia nos correteó por el Eje Central
Y tu risa recogió a los suicidas.

Un día tus ojos se salaron con mis lágrimas.

Ahora que a tus ojos se presentan los muros
Que puedo darte amigo mío
Sino rosas de fuego azul
Para que enciendas un jardín
De lumbre compartida.”

¿Y es esa lumbre, es oro, más poderoso que la ceniza? Un respuesta que sin dudad, descubrirá el lector cuando se acerque a este libro.

No queda más que agradecer con todo cariño la maravillosa tarde del 10 de octubre de 2009 que compartió con nosotros en estas Charlas con la poesía.


Gustavo Alatorre