miércoles, 19 de agosto de 2009

LA PALABRA COMO EL INICIO DE LA EXISTENCIA
Una mirada a la poesía de Andrés Cisneros de la Cruz


Se inauguró el ciclo Charlas con la Poesía, y el primer invitado fue el poeta Andrés Cisneros de la Cruz, quien nos habló de su labor en este oficio y de su trabajo como editor. Nos compartió gran parte de su obra poética, principalmente de su segundo poemario No hay letras para escribir tu epitafio. Desde el primer momento, llama poderosamente la atención el por qué del título; las primeras preguntas que me vienen a la mente son ¿por qué no hay letras? ¿ya no bastan? ¿ya no nombran? Es difícil responder a estas preguntas, en primeras instancias porque el tema es ambiguo, sin embargo, creo que será interesante ver qué respuestas surgen al leer este poemario.
Habrá que hablar entonces del papel que toma la poesía en el poemario, ¿cuál es el poder de esta palabra? ¿Acaso será el poder del que condena? El libro comienza con un epígrafe de Shakespeare: El odio es tomarse un frasquito de veneno y esperar que el otro muera…, ante esto, Cisneros de la Cruz pone en la siguiente página de su libro: Deposito aquí este veneno. El veneno, claro está, es la poesía. De ahí venía mi pregunta acerca de si el poder de la palabra en este poemario es a primeras instancias del que condena. En el poemario no hay nada más que muerte, y entre estas muertes a veces también se encuentra la de la poesía, la belleza, el arte, que son destruidos por el hombre (más tarde ahondaré en esta idea).
¿La anterior alusión a una condena nos quitaría entonces toda esperanza? Yo creo que no. No se debe negar que al ver cómo es tratada la condición humana en el libro uno se desalentaría, pero el pensamiento no se debe parar ahí, que es algo que mencionaba en la charla Cisneros de la Cruz, sino que debe seguir y reflexionar hasta sus últimas consecuencias. Y aunque en el poemario la realidad diaria es tratada con dureza, tal vez es porque uno no debe construir castillos sobre las nubes y de ahí partir para la reflexión, sino al contrario: a partir de la realidad misma se debe pensar qué es lo que está pasando y como intentar escapar un poco a esa condición humana (por más ilógico que parezca), a ese vacío y al poder: al falo que todos llevamos dentro.
Otro poder de la palabra es el de la invocación, la cual se presenta en modo de plegaria y denota un acto ritual, como en el caso de Ofrendas para un espectro, donde dicho ofrecimiento es a través de la sangre y se hace presente a través de una plegaria:

“Hazme noche, madre
asfixia en la boca hazme orgasmo
coágulo que cae entre las piernas
para entintar la primera ofrenda.”

Sin embargo, este poder se pierde en el momento de lo incorpóreo, en el momento en que se deambula entre los signos, en el momento que se hace el silencio, que es sinónimo de eternidad. Tendríamos entonces una división casi contradictoria: la palabra y el silencio, y digo casi porque demuestra que a veces el lenguaje, que los vivos utilizamos para nuestras plegarias, para nuestras poesías, para comunicarnos con los demás humanos (vivos) y aparentemente con un Dios, ya no es suficiente en aquel mundo de los muertos, donde ya se ha pasado a otro plano: “Del pájaro cae el cuerpo en las manos, vuela / a otro espacio”. Es decir, es un mundo lleno de signos, de silencio, donde “el horizonte siempre lejano/ es pensamiento nunca boca”.
Pasemos ahora a la visón que se da en el poemario de la condición humana. El primer poema, Poema de la oscura parábola, tiene un epígrafe acertado para lo que se quiere decir de esta condición: “-¿Qué somos? / -Microorganismos que devoran microorganismos”. Generalmente, cuando damos un vistazo a la cadena alimenticia lo que notamos es que los animales grandes se comen a los pequeños. El hombre ni siquiera es de los seres más grandes pero, dotado de inteligencia, se ha ayudado de otros elementos para romper esta cadena y erigirse como el rey de la selva. Así pues, el hombre ha llegado a dominar el mundo animal; lo que siguió a eso fue el dominio del hombre por el hombre y este reto al parecer no es algo que el hombre decida, sino que está condicionado para ello:

“[…]y sus ancestros
simios que destrozaron sin inocencia
el cráneo de los niños peludos: sus hijos
-que de haber permanecido vivos
hubieran organizado un banquete con el tuétano de sus huesos.”

De tal modo, que si el hombre se destruye a sí mismo desde sus inicios, no es raro pensar que peor suerte tiene el arte (la poesía): “Y aunque sea una semilla de flor, la pisa y le prende fuego/ hace que desaparezca/ Y se esfume […]”.
Ahora bien, hablando un poco más de la destrucción del hombre por el hombre, no debemos olvidar que el motivo principal es el poder (no sólo poder político o monetario, sino poder, poder de todo). Entonces el poder será un eje temático a lo largo del poemario: el hombre que está atado, que ha perdido su individualidad, que no tiene rostro, porque ha sido absorbido por un poder mayor, por el sistema. “El falo que todos llevamos dentro” es una clara expresión de estos pensamientos.
Todo el libro pareciera hundir sus bases en el pensamiento existencialista, incluso algunos epígrafes son de filósofos pertenecientes a esta corriente. Bien, el poema principal, que da título al libro, tiene como objeto principal una imposibilidad: la de encontrar letras para nombrar. En todo el poemario, debemos darnos cuenta que el estar no es sinónimo de existir, pues los hombres permanecen en el silencio, donde se detiene el tiempo, donde todo está inmóvil y donde se está muerto. Aquí podría parecer la total desesperanza. Y vuelvo al punto donde contraponía la palabra con el silencio. Justo cuando todo se calla, cuando sólo se encuentra la nada, regresa el poder invocador de la palabra: creando cosas, haciéndolas existir: “Ninguna cosa es cuando falta la palabra”, dice Heidegger. Y en esta idea parecen coincidir todas las culturas: la palabra como el inicio de la existencia. El hecho de que no haya letras para escribir el epitafio, el hecho de esa imposibilidad, tal vez sea esta negación a la existencia: si cuando se nombra se es, entonces el hecho de no nombrarlo es convertirlo en nada.

“Habré olvidado qué es dios
Para en su lugar haber aprendido a decir
qué es mito [… ]”

Mariana Brito


Andrés Cisneros en la lectura de su poesía.

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