jueves, 10 de septiembre de 2009

grafología de un corazón terráqueo
Qué mundo hostil,
sufrir fue permitido…

A. Calamaro


Si ya el vivir el mundo a tope, más allá de lo ordinario, se antoja terrible y suicida, alumbrarlo y ser parte de él, es tarea de pocos. Nos enfrentamos a la escritura forjada a base de la vivencia pura y al oficio cuidadoso, aquella que no regala un verso nada más por ensanchar el ego o dar consuelo a pequeñísimas penas, sino al verso de la caligrafía asesina, que deslumbra o encanta a la manera del tango.

El libro los alumbrados es un espejo donde, si somos atentos, podemos descubrir la verdadera fuerza que incendia y salva el alma del autor y sus lectores. Quién si no aquél, que ha regresado borracho y ardiendo por el calor de una dama - a blancas horas del día o de una noche fatal- puede atestiguar que el regreso es lo que más pesa en el alma; y más allá, quién si no aquél que ha hecho de esto una práctica mortal e incesante:

“…Buen sitio
para ver tus estrellas ahora puestas
en las sienes de estas niñas,
su polvo de plata ascendiendo, como el Pacífico,
en este antro amueblado por jaulas suspendidas
y ojos vítreos colgando a la primera oportunidad
de las luces”

Inicialmente Cabaret los Alumbrados o, Los Alumbrados, como ahora lo conocemos, no sólo retrata el mundo bajo del arrabal y la carne, también la ternura que se oculta y deslumbra al autor bajo los ojos óvalos de la niña Grecia, la niña Mariana cuyo nombre heredó del abuelo difunto, y que ve saltar al tigre entre los versos del padre. Hay también la música, recurrente como la forma del arco de la viola, para blandir la belleza, tajarla y someterla para un concierto lunfardo:


“ Traza el felino círculos de pánico en un solo sitio,
para después mirar, inmóvil, siendo esfinge
las gradas insaboras y pensar en carnadas fáciles.
saco al tigre del poema, entonces,
para mantener la calma entre la gente,
y Mariana, cruzada de brazos, me dice:
ahora todo riesgo ha desaparecido
¿para qué sirve así un poema?”



El libro pareciera dispararse en distintos poemas, pero encuentra su principal eje en el asombro de la rosa. El símbolo de antaño utilizado para representar lo mortalmente bello. Es ahí donde ancla sus bases el alumbrado para cantar la dicotomía antigua. Es ahí donde se ve convidado al festín de lo terreno, a la presencia de la muerte que deambula vestida con el cuello en jazmines, por hospitales que ya nunca olvidarán su rostro:
“Y vuelves, muerte,
te han quitado la gracia y aún rondas por aquí.
No has venido a llevarte a nadie,
has venido a que te escriba
( a ensuciar el sueño de mi enfermo)”

Es la plegaria en el libro, acaso, una forma componer lo hecho, de construir con la memoria del verso, lo que hemos ido tirando con borracheras y musas y tangos. Es la rosa lo que el poeta ofrece a los dioses a cambio por el fuego, ese fuego robado una vez por prometeica mano y casi vuelto a robar por el infante Rimbaud. Ese don de encontrar entre la mala esencia del viento, el instantáneo prisma de la belleza terrena.

“Mira con el tacto la mala esencia del viento
atormentando a la alondra.
Observa a la alondra enferma, ahora,
lucir para nadie sus mejores despliegues.”


No me queda sino festejar la aparición de este libro, y ver con agrado la publicación de poemas cuyo nacimiento atestigüé en compañía del autor, caminando o bebiendo la noche, oyendo fragmentos difusos de caligrafía etílica, mirando al autor hablarme de Cuba, de la Habana, Japón, o de una mujer que se ha llevado consigo un corazón terráqueo.


Gustavo Alatorre

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