jueves, 15 de agosto de 2013
PRIMERA JORNADA
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Toda la tarde previa a las primeras palabras del encuentro las nubes rondaron el paisaje. Y no podría ser de otra manera, la primera vez que conocí a Max Rojas las nubes, la noche, y sobre todo la lluvia hicieron de aquel día un recuerdo memorable en mi cabeza: lluvia, cerveza, vodka y Max Rojas en el ya legendario León Dorado. Ahora después de casi 13 años de aquel primer encuentro, regresábamos otra vez la casa de Cultura Siete Barrios, ubicada precisamente en uno de los pocos pueblos-barrios que aún conserva la enorme ciudad de México, pero ahora a una lectura de poesía en honor del poeta.
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La espera fue larga para dar inicio al festival, sin embargo las voces, en esta ocasión convocadas, rindieron tributo merecido a un Rojas mermado por la enfermedad pero con en el ánimo increíble de la vital poesía, que no parece abandonarlo pese a los estragos del tiempo.
El primero en encantar la noche fue el poeta Pedro Emiliano, quien hizo del oído atento un refugio para la lírica que suele brindarse el poeta etílico, vagabundo y dueño de un corazón tan cinco estrellas, como diría Sabina. No hay duda que los versos de Emiliano cobran hondura y precisión en más de una mujer, y tampoco hay duda que en ellos radica una voz propia, un decir que ya tiene particularidades. El segundo en tomar palabra fue el poeta Eduardo Oláiz, quien hechizó la tarde con su tono de vértigo y el oficio melódico del poeta que sabe de su oficio. Oláiz es de esos poetas que encantan precisamente por no decepcionar: cuando uno lo mira sabe que la poesía que dirá, aún a pesar de nunca haberlo escuchado ni leído, será una muy buena poesía; y eso brinda precisamente Oláiz al lector, al escucha atento. El tercero en tomar “la palabra prestada” fue Guillermo Henry, quien dio voz a uno de los poemas más memorables en la obra de Max Rojas: Elegía como grito para una tarde de diciembre. Poema comparable en calidad poética al mítico canto X de El turno del aullante. La interpretación de Henry no fue menor al poema, ambos encantaron la lluvia y más de uno entre el público sintió vibrar su ser interno, sintió el grito, la escalera, la voz en el espejo que llega de repente para decir no hay nadie, no vendrá nunca Elena...
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Pese al estruendo que lluvia trajo consigo, la poesía vibró y remontó cualquier adversidad, quienes fuimos testigos de esta tarde podemos sentenciar sin reparo alguno que al menos, por esta vez, la poesía venció toda logística, todo aparato mediático de promoción: si alguna vez hemos estado en algún encuentro de poesía es probable que salgamos con el sabor agridulce que suele bridar la mala y buena poesía que suelen juntarse en este tipo de encuentros; sin embrago, en esta ocasión la poesía habló, se hizo presente de una manera soberbia y tres poetas dieron a la tarde y a Max Rojas un merecido tributo. ¡Salud por este día que el arcano del universo nos ha regalado! ¡salud por Max Rojas y por los poetas que lo acompañaron!
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